Breve historia personal

 

Aunque cada obra es una huella que sintetiza todo el combo que me constituye, tomaré este espacio para abrirme y compartir algo de mi mundo, mis impresiones, algunos de mis afectos y espacios en los que viví. Lo haré con fotos, creo que es el mejor modo. Pero antes y con el fin de situarlos, transcribo la pequeña autobiografía que armé para mi tesis. 

  

"A los seis años asistía en mi pueblo, junto a mi madre, a unas, a mi entender, muy mágicas clases de yoga; dictadas por una mujer considerada muy especial en el contexto pueblerino. Esas clases eran para mí, entrar en otra dimensión, desde el olor a hierbas de la casa, hasta la comunicación sin palabras. Desde los extraños movimientos, a las meditaciones profundas. Experiencias que quedaron registradas muy vívidamente en mi memoria, al igual que la sensación que me producía, el contemplar el  bosque de eucaliptos que se levantaba frente a mi casa paterna, el olor de las hojas quemándose, o las puestas de sol en el campo. Registros tan nítidos como los momentos en que mi madre se dedicaba a decorar tortas, en las vísperas de alguna fiesta familiar; eran instantes sublimes, los colores de las cremas dispuestas en mangas, las perlas en los cuencos, y el momento de la creación, donde se dejaban aparecer ornamentos imprevistos, regulares, y lo más maravilloso que eran comestibles. Había en todas esas experiencias algo extraordinario que siempre intenté revivir. Con el correr del tiempo quise entender qué era lo que tanto disfrutaba.

            A partir de los 15 años llegaron a mis manos ciertos textos que leía simplemente por el atractivo que me provocaba, Hermes Trismegisto, Lao Tsé, Shankarächärya, Plotino, libros sobre yoga etc. Libros que mi hermano Jorge proveía, más los que Doña Emilia, (aquella profesora de yoga) me acercaba. Palabras, palabras enigmáticas, fascinantes, que hablaban de un estado, otro. Un estado en el cual se podría acceder a otra percepción de las cosas, un estado de dicha y libertad. Recuerdo, hacían hincapié en la importancia de un maestro, alguien que estuviera realmente despierto a esa percepción, porque funcionaría como espejo para detonar la experiencia.

 En relación a la plástica, se podría decir que había muy poca referencia en mi entorno, porque si bien mi madre pintaba en su juventud, no tuve registro de ello, puesto que dejó de hacerlo antes de que yo naciera, y por su lado, mi padre siempre fue un aficionado al bandoneón, así que solo podría decirse que rondaba el arte por casa, pero disperso en múltiples manifestaciones.

Con esa mezcla de campo, yoga, filosofía oriental, tortas y bandoneón me trasladé a Rosario para estudiar arte.

A la vez, había quedado latente la posibilidad de encuentro con ese “maestro”, aunque nunca opté por viajar en su búsqueda. Sabía que sucedería, y se daría sin esfuerzo. Y así fue como al tiempo de estar cursando la carrera, me contacté con Mohan Llull; profesor de Yoga, formado en India, con quien a través de su transmisión y transcurrido un tiempo de práctica de Hatha Yoga y meditación, comprendí lo que tantas veces había experimentado en mi infancia.

El famoso “estado”, no era ni más ni menos que ese, el que tantas veces registré. Se trataba de volver a entregarse a sentir el Ser. La clave era esa, no dejarse atrapar por los pensamientos, reconocer y disfrutar el estar, simplemente."